El nadador

Hoy he sido un testigo casual de un suceso atroz. Viajaba en el metro, al llegar a la estación de Guzmán el Bueno el tren se ha detenido, en principio daba la impresión de que todavía estábamos dentro del túnel, pero al poco, comienzan a desalojarnos por una de las puertas del segundo vagón, -una avería pienso- accedemos directamente al principio del andén. Todos los viajeros nos dirigimos de forma automática al ascensor situado a nuestra izquierda, me pregunto: ¿por qué nos vamos al ascensor, si la salida principal esta en el otro lado? Un vistazo rápido me revela la respuesta; al principio del tren, encajonado entre el vagón y el andén, jalonado de lo que podrían ser pétalos de rosa, o las páginas rojas arrancadas de un libro, hay un hombre. Parecía, que cansado de nadar, intentara salir de una piscina, atrapado ya para siempre en un agua sólida y arrolladora.

He huido horrorizado, evitando acercarme al cadáver, a través de la línea circular he salido a Cuatro Caminos, no veía el momento. Ya en la parada del 64, me he puesto a pensar…. Estos sucesos siempre los asociamos con el suicidio, o con un pequeño resbalón, como nos advierte monótonamente la megafonía: “ ….Al entrar y salir, tengan cuidado de no introducir el píe entre el coche y el andén….“ pero no, ese hombre, estaba girado hacia fuera, quería salir, estaba huyendo de una muerte cierta. O tal vez sí se lanzó, o se cayó, a saber las estrafalarias posturas que puede adquirir un cuerpo humano en esas circunstancias.

Dos horas más tarde, de regreso, no he podido evitar observar la zona del andén donde solo hacía ciento veinte minutos yacía el accidentado. Nada, todo limpio, todo borrado, todo en orden. Yo esperaba ver un cartel: “Mantenga un silencio respetuoso, hoy donde está usted pisando, ha sido arrollado un hombre, lo ha matado el tren de las 12:15, lo ha machacado, desmembrado, triturado, demolido. Por favor, muestre su respeto. Gracias”. No había ningún cartel. Nada de nada. De hecho en el minuto siguiente al espeluznante encuentro, cuando intentaba abandonar la estación a toda prisa; un lacónico mensaje informaba a través de la megafonía que el servicio línea 7 permanecería suspendido durante dos horas al estar prestando atención sanitaria a un viajero, mientras una mujer -sin duda estúpida- porfiaba con una empleada, para que la dejara salir por la zona donde estaba el cuerpo. La he increpado: “… señora que hay un cadáver descuartizado en el andén!!!....” , le daba igual, al parecer su claustrofobia ante los ascensores, era mucho más intolerable.

Encerrados en nuestros prejuicios, atropellados y descuartizados por la locomotora del progreso: así vivimos, en una permanente huida hacia delante.

En Segovia a 8 de septiembre de 2011

Epílogo.

¿Vivimos en un sistema de tal higiene y perfección que permite borrar todas las huellas visibles de un suceso tan terrible en tan pocos minutos?. Me pregunto, si para destrabar el cuerpo, ¿habrán tenido que mover el tren?, o ¿tal vez, un ligero tironcito de algún aguerrido bombero habrá bastado para que la parte inferior del tronco y las piernas se hayan desprendido cayendo a la vía, liberándolo así del feroz abrazo de cemento y metal…….Vaya mierda.

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